De lo Invisible a lo Visible (pasando por lo inadmisible)

De lo Invisible a lo Visible (pasando por lo inadmisible)Por Ley Martínez

♪Llegó la hora de cantar, laralarala, laralarala….♪

"Educación Musical con los profesores invisibles!"

¿Recuerdan esas clases? En primaria con un radio VEF en un pupitre o encima del buro de la maestra, y aquellas voces medio melancólicas y frías que salían de la bocina, impartiendo clases de metodóloga musical, teórica y práctica. A mí particularmente me gustaban, no sólo por la vena musical y artística que llevaba por culpa de mi padre (músico y compositor) sino también por la maestra que en 2do grado llego a mi escuela, una muchacha recién graduada de unos 19 años, que a mí me parecían muy adultos e increíblemente atractivos.

Hoy llegan a mí esas imágenes tan claras como en canales HD, la rubiecita y su radio, mis amiguitos y yo con la baba casi afuera, las muchachitas celosas y los profesores invisibles. De tantas clases con profesores y maestros muy visibles, esta era la hora más mística, más relajada, sólo superada por el timbre de salida o recreo, o algún turno de educación física donde tocaba piscina. Los profesores invisibles no me hicieron daño, no había en sus palabras doctrinas ni consignas, no descubrí en ellos la mirada venenosa de los demás maestros, los reales, al verme llegar a clases con “zapatillas” Sasson o Nike, o algún lápiz súper estrambótico y colorido que mi abuela me había traído del “yuma”, en uno de sus acostumbrados viajes de visita a sus familiares de afuera, del “imperio”. A mí ni por la mente me pasaba el origen capcioso de sus intenciones, yo simplemente vestía y usaba lo que tenía, sin importarme mucho si eso creaba divisiones ideológicas y un desbalance social e la formación del joven nuevo revolucionario, ya sea en mi caso o en el de mis compañeritos de clase. Yo sólo vivía, yo sólo esperaba a mi maestra rubia, adolescente (para mi más que adulta), su radio soviético y los profesores invisibles.

Habían maestros y profesores con “invisibles” métodos (algunos de los cuales se creían invencibles) para afiliarnos a la doctrina Marxista-Fidelista que intentaban inyectarnos en el tuétano de nuestras morales e ideales. Intentaban, por órdenes de no sé quien, (o de quien tu sabes) crearnos una conciencia “revolucionaria” donde el sentimiento de “justicia” e igualitarismo social eran más importante que las tablas de multiplicar y de cuanto conocimiento pudiéramos tener de corcheas y negritas. Era más urgente nuestro rescate de los elementos subversivos y de diversionismo ideológico que pululaban entre una parte de la población cubana, las escorias, los gusanos, los antisociales, los semi-burgueses y los antipáticos al proceso. Nosotros no podíamos ser así, corría el año 80 y era sumamente peligroso la invasión de información que existía en los medios acerca del éxodo del Mariel, y aunque los que se iban, eran innecesarios y parias, de igual manera debían protegernos de algún mensaje erróneo y como los “profesores invisibles’ por Radio y TV , nos inculcaron (más bien nos convocaron obligatoriamente) a participar en actos de repudios contra aquellos “gusanos” que abandonaban el país, y se iban para aquel lugar llamado “mayami” o “afuera” o “norte” que tantas cosas lindas producía y que mi abuela, (en sus acostumbrados viajes) me traía como tesoro prohibido, y que yo recibía muy bien, para el placer mío y de mis hermanos, o el de varios amiguitos que saltaban como canguros de contento cuando le regalaba algún chicle o alguna goma de borrar con olor a fresa.

Ya han pasado más de 25 años desde aquellas clases musicales, docentes y doctrinales, y aunque fui vulnerable a varias consignas como la de aquel “grito” de desarraigo individual que profesaba nuestro interés y deseo a ser como aquel guerrillero heroico y extranjero, nunca la vocee con conocimiento de causa, era una más de las babosadas que había que hacer, tan automática como el saludo, como el tomar distancia o como las noticias de agricultura de los matutinos y vespertinos, era una consigna tan amarga y pasajera como el buchito aquel que nos prevenía de las caries, tan insostenible e inconsistente como los polvorones de la merienda. Hoy recorro mi memoria y no me arrepiento de nada, pues mis padres supieron ejercer un mejor rescate que ellos, mi sentido común no fue tan común como ellos esperaban y deserté desde muy chama de sus filas, me negué a ser un hombre nuevo para ser un hombre bueno, supe que no podía sonreír si alguna vez chivateaba a mis amigos o me convertía en un portavoz del odio, y además, me atraía aquella tierra lejana con olores a libertad y pacotilla donde vivían mis tíos y primos, y que algún día quería visitar. Me gustaba más el rock que la salsa, prefería a Michael Jackson y a los Beatles antes que a Son 14 y Alfredito Rodríguez, era un paria más, era una (creación malévola) de la desviación moral social de mi núcleo familiar, era (a pesar de ellos) libre, sobre todo cuando ya mi radio VEF dejo de funcionar y una grabadora Crown (gracias a que mi abuela me la trajo en uno de sus acostumbrados viajes) me demostró que mis verdaderos profesores invisibles no estaban en la frecuencia modulada impalpable y etérea de una trasmisión, sino en las ondas de la conciencia, en el simple cálculo de lo justo y los injusto, en la madurez prematura de las interpretaciones, en el rescate necesario de los padres o de los elementos de un contexto sano, en la capacidad de análisis cuando las cuentas no dan y te exigen que den, en el derroche de humanidad que sepas repartir sin esperar nada a cambio, y en la intuición que se desarrolla al percibir las claramente visibles muestras (nada invisibles como los musicales profesores), de adoctrinamiento y control que desbordaban esas aulas de mi escuelita primaria.

Ley Martinez ©2009